Si analizamos la evolución del mercado en estos primeros cinco meses, podemos observar que el segmento Urbano es el que mejores datos presenta. No solo porque el ritmo de matriculaciones es aceptable, sino por la gran cantidad de concursos y licitaciones que se han presentado en dicho periodo.
No cabe duda de que los fondos europeos están impulsando, y mucho, la predisposición de los Ayuntamientos a renovar sus flotas de autobuses, con un marcado sesgo electrificado. No podía ser de otra manera. Si a esto sumamos que la demanda ya se ha recuperado en el entorno del 90% respecto a sus niveles prepandemia y que el año que viene habrá Elecciones, el escenario es casi inmejorable para el Urbano.
El Suburbano se encuentra, casi, en la misma situación. Y decimos casi, porque algunas grandes licitaciones recientes, como las vividas en el Consorcio de Madrid o en el nuevo TIB de Baleares, ya no se repetirán. Sin embargo, hablamos de un segmento en expansión, que necesita renovarse, que afronta cambios inminentes en la distribución de sus líneas y que apunta, también, hacia la descarbonización. Por todo ello, su futuro a corto y medio plazo es esperanzador.
Mayor preocupación
Lo que preocupa un poco más es el Coach. Si bien es cierto que la llegada de turistas a nuestro país está en franco crecimiento y que el turismo nacional se ha dinamizado (a tener de la última Semana Santa y de las previsiones para la campaña estival), también lo es que la situación financiera de los operadores es muy complicada, después de muchos meses de escasísimo trabajo.
Parece que hay trabajo y ganas de evolucionar, pero la economía no ayuda. Hasta que estos operadores puedan comenzar a ingresar dinero y a equilibrar sus cuentas, no estarán en disposición de renovar sus flotas. Es probable que la renovación de los mapas concesionales que están en marcha, tanto a nivel estatal como autonómico, puedan dinamizar este segmento en cierta medida, pero está claro que es el que acelera más lentamente y el que ha sido menos «agraciado» por las ayudas y subvenciones nacionales y comunitarias, como han reclamado en reiteradas ocasiones los portavoces del tejido empresarial discrecional.
Si añadimos a la ecuación el precio de los combustibles, posibles secuelas o repuntes de la pandemia y la guerra en Ucrania, el escenario no pinta bien, pero el optimismo que se respira entre los empresarios parece no verse afectado. Ojalá el tiempo les dé la razón.
