Entonces, concluíamos el artículo con esta pregunta: ¿Se tomará la misma medida con los autobuses?, sobre la que parece que ya tenemos respuesta.
Sin embargo, este reajuste ha sido denunciado por el Comité de Empresa como una reducción del servicio en 22 turnos, que afectan a 16 líneas y provocan, como es lógico, una peor frecuencia de paso de los autobuses y una mayor aglomeración de viajeros, tanto en las paradas como a bordo.
¿Dirección correcta?
Sin entrar a valorar cuál es la explicación que más se ajusta a la realidad, ni si los motivos son necesarios (el precio del coste de la energía también tiene su parte de culpa, sin duda), lo cierto es que el servicio se ve perjudicado, lo cual no parece que sea la mejor de las maneras de impulsar el uso del transporte público.
No debemos olvidar que, dentro de poco tiempo, las zonas de bajas emisiones serán obligatorias en ciudades con más de 50.000 habitantes, por lo que el transporte público se convertirá en una de las pocas alternativas de movilidad en su interior. Tal vez convendría ir empezando a hacerlo más atractivo, para que aquellos que no puedan acceder al centro de las ciudades en coche, vayan considerándolo como una alternativa.
Porque el vehículo privado, desde luego, que no lo es. Ni lo puede ser. Recapaciten.

