Algunos países europeos, en sus esfuerzos por integrar la perspectiva de género en el transporte, han aplicado medidas dirigidas a mejorar la seguridad del sistema de transporte, teniendo en cuenta las necesidades específicas de seguridad de las mujeres. Algunas de esas medidas incluyen la eliminación de arbustos y matorrales adyacentes a las paradas de autobús; la eliminación de los accesos oscuros a las paradas de autobús; la introducción de taxis especiales para mujeres y zonas de aparcamiento dedicadas a ellas; o la formación de profesionales del transporte para hacer frente al acoso sexual en el transporte, entre otras.
También se asevera que los sistemas de transporte existentes no están orientados a las necesidades de las mujeres. Al contrario, la mayoría de los sistemas de transporte de todo el mundo están sesgados hacia las necesidades de desplazamiento de los hombres. En las zonas urbanas, por ejemplo, los sistemas de transporte tienden a centrarse en corredores radiales que van directamente al centro de la ciudad. Esto beneficia sobre todo a los desplazamientos masculinos en hora punta y a las necesidades de los usuarios de automóviles y motocicletas, mientras que no tiene en cuenta las necesidades y pautas de desplazamiento de las mujeres. Además, en las zonas rurales, la planificación del transporte se ha centrado sobre todo en las redes de carreteras y el transporte de larga distancia, descuidando las soluciones de transporte para muchas mujeres rurales que carecen o tienen menos acceso al transporte motorizado.
Incluso la privatización, en contra de las mujeres
La privatización del transporte público también afecta más a las mujeres que a los hombres, porque las empresas de autobuses que operan en condiciones de mercado competitivas no suelen estar interesadas en prestar servicio en las rutas y conexiones menos lucrativas de las que a menudo dependen las mujeres. Por lo tanto, estas rutas corren más riesgo de ser suprimidas. Sin embargo, cuando se mantienen los servicios, esto suele ir acompañado de un aumento de las tarifas, lo que repercute más en las mujeres, cuyos ingresos suelen ser inferiores a los de los hombres.
En este mismo sentido, las tarifas calculadas por trayecto y por persona también perjudican más a las mujeres que a los hombres, ya que las pautas de viaje de las mujeres se caracterizan por trayectos más cortos y frecuentes, con múltiples paradas (a menudo acompañadas de personas dependientes y otros miembros de la familia). Esto significa que tienen que hacer frente a costes más elevados cuando utilizan el transporte público, lo que, combinado con su menor nivel de ingresos, suele restringir aún más el acceso de las mujeres a este medio de transporte.
Y, para finalizar este apartado, se considera que las mujeres también soportan una mayor parte de la carga del transporte (es decir, tiempo y costes monetarios) para cumplir sus funciones económicas, sociales y domésticas. Los costes de unos sistemas de transporte poco fiables e inflexibles suelen recaer desproporcionadamente en las mujeres, que a menudo no pueden permitirse la pérdida de tiempo. Por ejemplo, las mujeres pueden rechazar oportunidades de empleo lejos de casa si el sistema de transportes no les permite ir y volver del trabajo a tiempo para cumplir también con sus obligaciones domésticas de cuidado de la familia, o no les ofrece espacio y flexibilidad suficientes para viajar con personas dependientes y enseres domésticos. Esto las lleva a aceptar oportunidades de empleo local peor remunerado o fuentes de ingresos informales más cerca o en casa, para poder combinar sus responsabilidades de cuidado y laborales.

