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‘El acceso de las mujeres a la alta dirección’

11/03/2022
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En este sentido, es positivo contemplar los avances en materia de igualdad que vienen mostrando los informes de esta compañía en sus miles de entrevistas a altos ejecutivos (…).

Es evidente que hemos avanzado muchísimo en materia de igualdad. A día de hoy nos felicitamos por que el 32% de los puestos directivos de las empresas sean ocupados por mujeres y de que, afortunadamente, pocos discutan la necesidad de que la igualdad de género sea una prioridad.

Les invito a leer, si no lo han hecho ya, un pequeño manifiesto titulado Mujeres y Poder. Su autora es Mary Beard, historiadora, clasicista, catedrática de la Universidad de Cambridge, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales y doctora honoris causa de la Universidad Carlos III de Madrid y de la Universitat Oberta de Catalunya. Lo que relata es cómo el sexismo sigue instalado en las estructuras de poder y la percepción que aún se tiene de la mujer como algo ajeno a dichas estructuras.

Es incuestionable que esto sigue ocurriendo. Prueben a imaginar a una persona poderosa al frente de un Gobierno o de una multinacional y comprobarán que no resulta tan fácil que la imagen que nos devuelva nuestro cerebro sea la de una mujer. Como ella misma afirma, hasta las metáforas que empleamos para reflejar los avances cosechados en el terreno de la igualdad nos describen (o nos describimos) como elementos externos al statu quo. Inconscientemente, expresiones como “derribar barreras”, “romper los techos de cristal” o “llamar a la puerta” inducen a pensar que nos estamos apoderando de algo a lo que no tenemos derecho.

Y lo cierto es que tenemos todo el derecho del mundo a hacerlo. Tenemos derecho a contar con condiciones favorables que abonen el jardín del talento y del emprendimiento sin privilegios ni barreras. Porque solo así podremos hablar de equidad y justicia y corregir situaciones de discriminación que siguen siendo cotidianas en nuestra sociedad.

En alguna ocasión me he referido a los liderazgos que las mujeres debemos ejercer y a otros que ejercemos pasivamente, sin pretenderlos. La altura de un puesto de ejecutiva o de ministra no debe impedirnos ver esos otros indeseables liderazgos. Lideramos el desempleo y el trabajo a tiempo parcial. Lideramos el número de horas trabajadas, aunque las realizadas en el hogar no sean retribuidas. Lideramos la pobreza y las situaciones de vulnerabilidad. Y lideramos la estadística de perceptores del Salario Mínimo Interprofesional, de ahí que cualquier subida, como la aprobada recientemente por el Gobierno, nos beneficie más a nosotras.

‘Un país que para progresar no puede renunciar a todo lo que las mujeres pueden proporcionarle’

Hay más licenciadas que licenciados, algo de lo que tenemos que alegrarnos, pero, justamente, lo que no lideramos es la tasa de actividad, en parte porque solemos ser las mujeres las que dejamos de trabajar cuando nacen nuestros hijos. Lamentablemente, tampoco lo hacemos en las carreras STEM, donde el número de matriculadas ha ido descendiendo en los últimos años. Hace ahora un mes, con motivo del día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, aprobamos en el Consejo de Ministros una declaración institucional para impulsar la participación plena y equitativa en este ámbito como uno de los retos esenciales de país. Un país que para progresar no puede renunciar a todo lo que las mujeres pueden proporcionarle. Por eso es tan importante cerrar la brecha salarial entre hombres y mujeres. Porque de poco sirve que equiparemos los permisos de maternidad y paternidad si, al mismo tiempo, no existe una equiparación de salarios.

De hecho, si los salarios de las mujeres fueran iguales o más altos que los de los hombres, sería menos probable que fuéramos nosotras las que, por norma, dejáramos el trabajo y las que interrumpiéramos nuestras carreras profesionales para atender al cuidado de hijos e hijas. Si la igualdad salarial es imprescindible, también lo es que las empresas interioricen la conciliación, hasta que forme parte de su vocabulario más básico. Una conciliación entre la vida laboral y personal que no debe interpelar solo a las mujeres, si no a los dos sexos por igual.

Me ha reconfortado leer en el informe ‘Women in Business 2022’ que la pandemia ha tenido un efecto positivo en la trayectoria profesional de las mujeres y en su acceso a puestos de alta dirección. Existen, sin embargo, otros estudios que apuntan a que en esta crisis sanitaria se ha incrementado la brecha de género y hemos retrocedido en conciliación. Así, pese a que el teletrabajo ofrecía la oportunidad de compartir tareas, lo que reflejan estas publicaciones es que las mujeres hemos asumido más cargas que las que ya soportábamos.

El teletrabajo ha llegado para quedarse y nos ha mostrado sus potencialidades. Gracias a la red, y desde casa con los niños, hasta en los momentos más duros del confinamiento se han podido mantener reuniones y se han podido cerrar acuerdos. Se han podido hacer negocios que antes exigían presencialidad y viajes. En definitiva, se han ahorrado también costes.

El teletrabajo debe ayudar a conciliar empleo y familia a mujeres y a hombres. Es una gran oportunidad, pero también un riesgo. No podemos crear un nuevo gueto para las mujeres que opten por el teletrabajo. No podemos hacer de estas mujeres empleadas de segunda mientras los hombres que acudan a la oficina sean los de primera. Y eso se evita con cultura, con cultura en general y, en particular, con cultura de empresa.

Vivir, trabajar y educar en igualdad

Para vivir en igualdad, para trabajar en igualdad, hay que educar en igualdad. Si entendemos que el futuro es igualitario, tenemos que alcanzar la paridad en derechos y también en obligaciones. Discriminar no puede salir gratis ni a las formaciones políticas que aún se complacen en perpetuar la subordinación, ni a las empresas que cierran los ojos a la inclusión y a la diversidad.

Esa igualdad es esencial para eliminar las dificultades que las mujeres tenemos para triunfar y abrirnos paso pero, sobre todo, la igualdad ha de manifestarse de igual manera ante todos los desaciertos. No es aceptable ese doble rasero que juzga con mayor severidad los errores si son las mujeres quienes los cometen. Desde aquí reivindico nuestro derecho a equivocarnos en algún momento.

A mi modo de ver, es imprescindible visibilizar a las mujeres y reconocerles el prestigio que durante tanto tiempo se les ha negado. No solo es una cuestión de justicia, sino de necesidad, de incentivo a otras mujeres que buscan referentes en la ciencia, en la tecnología, en la economía, en la empresa y hasta en la literatura para seguir su ejemplo (hace unos días propuse asignar nombre de mujeres a las principales estaciones ferroviarias de España, la primera, la estación de Atocha, que pasará a llamarse Puerta de Atocha-Almudena Grandes).

Antes de concluir, quisiera destacar el impulso que desde el sector público se está dando a la paridad y a la igualdad. Animo a las empresas a avanzar de la misma manera en la que lo está haciendo la Administración General del Estado, donde más de un 43% de los puestos en los órganos superiores y de los altos cargos están ocupados por mujeres. Si la igualdad de género empieza a ser una realidad y no una aspiración es por el coraje de tantas y tantas mujeres. Ni vamos ni podemos esperar para que nuestra voz se oiga y para que se nos tome en serio. Para que, en definitiva, ocupemos el lugar que nos corresponde”.

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