Conectarse a Internet en aquella época no era un ejercicio trivial. A no ser que se trabajara en una organización que tuviera su propia red de datos conectada a Internet, el usuario no podía acceder a ella salvo a través de un PC con algún tipo de módem conectado a la red telefónica. Muchos de estos sistemas funcionaban de forma aislada y proporcionaban servicios básicos, como el correo electrónico o los tablones de anuncios para particulares y grupos de interés.
La mayoría de las empresas de los sectores del transporte marítimo, de los seguros y de la banca seguían llevando a cabo el comercio mundial utilizando dispositivos primitivos de télex y fax. En general, la industria no estaba conectada con esta emergente revolución técnica.
Las grandes empresas utilizaban sistemas informáticos a nivel interno, pero no era habitual utilizarlos para comunicar y ejecutar contratos con socios comerciales en otros lugares. Esto era así a menos que tuvieran acceso a redes privadas, que utilizaban líneas alquiladas punto a punto, cuya compra y mantenimiento eran de un coste muy elevado, por lo que estaban restringidas a instituciones financieras o fabricantes muy grandes.
Fue mientras trabajaba en el CERN en Suiza en 1989, cuando el informático inglés Tim Berners-Lee, inventó la World Wide Web como una forma de enlazar y compartir documentos a través de las redes. Rápidamente se expandió a nivel interno y luego se extendió a otras instituciones académicas. Cuando llegó el momento en que un navegador web y un servidor podían funcionar en los ordenadores personales más populares, provocó el rápido crecimiento de muchos más sitios web.
Pero incluso entonces la llegada de estas tecnologías pasó casi desapercibida para la mayoría de personas y organizaciones. Tuvieron que pasar algunos años más y la aparición de otras tecnologías clave antes de que Internet y la World Wide Web se convirtieran en la plataforma estándar de comunicación y el comercio que es ahora.
Éxito muy rápido
Muchas tecnologías de éxito tardaron en abrirse paso y a menudo fueron iteraciones de una versión 1.0 poco convincente. Pero si la idea tenía éxito y respondía a una necesidad real, iba cuajando en el mercado y creciendo a partir de ahí.
Como ejemplo, el iPhone no fue el primer teléfono inteligente, pero la forma en que Apple combinó inteligentemente un grupo de tecnologías en un dispositivo de forma fácilmente utilizable, puso inmediatamente de manifiesto los defectos de la competencia. De hecho, el iPhone inicial era técnicamente inferior a otros smartphones en términos de transmisión de datos, capacidad y duración de la batería. Pero el inquebrantable enfoque de Apple en la usabilidad y el diseño elegante ganaron la partida. También ayudó el hecho de que su CEO, Steve Jobs, tuviera autoridad absoluta para impulsar el proyecto.
Hoy en día se calcula que hay unos 7.000 millones de personas que utilizan regularmente Internet, y al menos 6.600 millones lo hacen a través de teléfonos inteligentes. A esto hay que añadir al menos otros 1.000 millones de ordenadores y dispositivos relacionados. Según el Banco Mundial, la población humana total se estima en unos 7.700-8.000 millones, por lo que está claro que una gran mayoría de nosotros tiene acceso a un dispositivo conectado y la posibilidad de conectarse.
Pero en muchos aspectos Internet, tal y como la imaginaron sus inventores, sigue estando incompleta, según Lyon.

