En uno de sus capítulos, se cuestiona Javier García, presidente de la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC), presidente de la Academia Joven de España, catedrático Rafael del Pino en Ciencia y Sociedad y catedrático de Química Inorgánica en la Universidad de Alicante, acerca de el papel de la química en la lucha contra el cambio climático, dejando algunas reflexiones muy interesantes.
En un extracto de su entrevista, el catedrático García considera que el origen del cambio climático se encuentra en las emisiones de gases de efecto invernadero que producimos los seres humanos, entre ellos CO2 y metano. La química tiene la capacidad de encontrar alternativas que, por un lado, no generen tantos gases de efecto invernadero y, por otro, utilicen estos residuos, como CO2 o metano, para generar una nueva economía, convirtiendo así lo que hoy es un problema en materia prima.
En los últimos años hemos visto descubrimientos fascinantes en la química que permiten transformar, por ejemplo, el CO2 en combustibles simplemente con agua y luz solar, o transformar el CO2 en moléculas de alto valor añadido. Estos nuevos descubrimientos nos permiten soñar con una química circular en la que el CO2 se integre en ciclos que sean neutros desde el punto de vista del cambio climático.
¿En qué consiste la química circular y qué relación tiene con la economía circular?
Para hacer posible la economía circular, tenemos que ser capaces de recuperar y reutilizar todo aquello que producimos. Para lograr esto necesitamos una nueva química, nuevas formas de producir. La química circular consiste precisamente en eso, en un cambio de paradigma: pasar de una industria lineal que extrae recursos del planeta y los transforma en productos de alto valor añadido que luego vende, a una nueva química en la que la sostenibilidad está puesta al principio; una química en la que moléculas y procesos están pensados y diseñados de manera que todo lo que se produzca sea fácil de recuperar y reutilizar.
La química circular, por lo tanto, es una nueva forma de entender nuestra relación con el planeta, una nueva forma de diseñar moléculas y procesos para que todo aquello que produzcamos esté diseñado para ser reutilizado. No hay economía circular sin química circular, sin un diseño a escala molecular de todo lo que producimos para que su reutilización y recuperación sea lo más sencilla posible. ( ) Esto implica un cambio de paradigma, una nueva forma de pensar y de enseñar la química.
¿Qué pasos habría que dar para acabar con el cambio climático?
En primer lugar, hay que poner plazos. La urgencia debe ser un elemento fundamental a la hora de tomar decisiones. No tenemos tiempo que perder. Al igual que durante la pandemia se acortaron los plazos y se pusieron todos los recursos necesarios, el cambio climático también tiene ese componente de urgencia.

En segundo lugar, hay que poner a todos los actores en la misma mesa. Debemos conseguir que las soluciones que tienen los científicos lleguen a aquellos actores que tienen que implementarlas, como el sector químico o el energético, así como a aquellos actores que tienen que financiarlas, los bancos, y a aquellos que tienen que regularlas, los políticos. Esto no está ocurriendo actualmente.
En tercer lugar, la ciencia nos va a dar las soluciones, pero no nos va a solucionar los problemas. Para que esas soluciones acaben con el problema del cambio climático hace falta voluntad política, no sólo de nuestros dirigentes sino de todos nosotros, los ciudadanos y consumidores. No hay que esperar a que la ciencia nos resuelva los problemas, sino que los problemas los debemos resolver entre todos.
En cuarto lugar, y quizás lo más difícil de conseguir, es que haya una auténtica cooperación internacional en la lucha contra el cambio climático. En esto soy más pesimista. Los países que tienen la capacidad financiera y las tecnologías para descarbonizar nuestra economía tienen que compartir recursos con los países que no disponen de ellos ya que necesitan estos recursos para acabar con el cambio climático. Es un tema de justicia climática pero también de inteligencia.
Sin cooperación internacional no hay esperanza. Por un lado es un ejercicio de solidaridad y generosidad de los que tienen los medios para los que no lo tienen, y por otro lado, hacen falta compromisos vinculantes y con plazos bien definidos. Y, por supuesto, hay que poner un precio a la externalidad. El coste medioambiental que tienen las emisiones de CO2 debe repercutirse en el precio de los productos y, por supuesto, no subvencionar las tecnologías contaminantes.

